En pleno debate sobre la necesidad de una reforma profunda de las entrañas del Estado, José Antonio Monago
repasa la "titánica faena" de hacer adelgazar el "mastodonte
administrativo" de la Junta de Extremadura ahora que se cumplen doce
meses desde que es presidente. Una administración, incide, "que
bloqueaba de raíz cualquier intento sano de avance social y progreso
económico".
"La Junta era un aparato voraz que lo fagocitaba todo y al que todos se
debían", expone sin medias tintas el hoy presidente extremeño, en un
artículo publicado en Libertad Digital.
Extremadura 2012-07-16
Cambio cultural
José Antonio Morago
"Para
lograr el cambio cultural basta que un gobierno, por ejemplo el que
presido, se dedique a gestionar con prudencia la cosa pública y no
aspire más que a poner los medios para que los ciudadanos piensen,
actúen y den lo mejor de sí mismos con libertad."
Sintetizar en una columna lo mucho que ha ocurrido en mi primer año al
frente del Gobierno de Extremadura se me antoja una tarea en cierto modo
tramposa si se tratara únicamente de exponer meticulosamente una larga
lista de nombramientos, disposiciones organizativas, actuaciones
administrativas, medidas legislativas o iniciativas presupuestarias, por
muy ambiciosas o de largo alcance que fueran todas y cada una de estas
acciones, muchas de ellas incluso tan arduamente meditadas, tan
delicadamente ensambladas sus piezas, que podrían entenderse sin temor a
equivocarse como mecanismos de orfebrería institucional.
Digo que sería una labor inexacta o en cierto modo adulterada porque
aferrarse a un mero relato de hechos, palabras y documentos nos deja una
visión de la realidad fragmentada, invertebrada, caleidoscópica, que
será todo lo prolija que queramos pero que está lejos de esa impresión
vívida, ese fulgor exacto que buscan todos los que realmente quieren
conocer la verdad fundamental sobre cualquier cosa. Y además sé
perfectamente que un medio como Libertad Digital, tan
impregnado de filosofía, pretende captar por imperativo ético de sus
profesionales ese motor último o esa ánima subyacente de los
acontecimientos que van sucediéndose en la superficie.
Bien podría decir, y estaría en lo cierto, que el primer año de
Gobierno del Partido Popular de Extremadura ha consistido en una lucha
heroica contra unas cifras envenenadas que nos legaron amablemente
con gesto de tahúr taimado o que, como la última espoleta de un campo
minado, se nos arrojó desde una catapulta que buscaba lapidarnos justo
cuando salíamos a la superficie después de tantos años de exilio
interior. Podría decir, y sería también cierto, que los populares
extremeños no nos desentendimos de esa criatura deforme que había
surgido de unas cuentas públicas retorcidas, sino que nos conjuramos
para sanarla y dotarla de unas proporciones sensatas, de una armonía
razonable, de un equilibrio suficiente.
Un desafío de proporciones épicas si se tiene en cuenta que nos ha
obligado a actuar innumerables veces, una tras otra, totalmente en
contra de nuestros impulsos elementales de altruismo, de nuestros deseos
personales y de nuestra disposición natural a contentar a todos
aquellos que nos piden ayuda con honestidad. Pero, eso sí, jamás en
contra de lo que nos dictaban nuestra conciencia, nuestros principios y
nuestro raciocinio.
También podría decir, y seguiría acertando, que mis primeros doces
meses como presidente de Extremadura han estado marcados por una faena
si cabe tan titánica como la anterior: el adelgazamiento progresivo de
un mastodonte administrativo que bloqueaba de raíz cualquier intento
sano de avance social y progreso económico. La Junta era un aparato
voraz que lo fagocitaba todo y al que todos se debían. Su perímetro
vital era tan vasto que echaba a codazos cualquier intento de la empresa
privada por hacerse un lugar digno desde el que desarrollarse con
fortaleza. Como no podía ser de otra forma, le ha tocado al Partido
Popular acometer el gigantesco esfuerzo que supone la responsabilidad de
situar en su justa dimensión a un ente que se creía con derecho natural
a abarcar todos los espacios.
Ambos vectores, que han guiado las políticas de mi gobierno -el de la
lucha contra el segundo déficit más alto de España y el de la
disminución del peso del sector público más invasivo de España-, están
en la hoja de ruta que se sigue a pie juntillas desde nuestro puente de
mando. Sin embargo, más profundo que ellos se encuentra otro desafío
todavía más ambicioso pero cuya meta está seguramente más cerca de lo
que muchos pensarían: estimular un cambio cultural en la sociedad
extremeña.
Me explico. Cualquiera con un mínimo de sentido común sabía desde hace
tiempo que algún día la sociedad civil tendría necesariamente que ser
capaz de valerse por sí misma sin esa dependencia nociva que provocan
los narcóticos de un modelo que se creía omnisciente como el loco que se
cree Napoleón. Y ya no me estoy refiriendo al estado como mero aparato
administrativo, ni siquiera como complejo económico que ha movido un
presupuesto a su alrededor como un aspersor que, sin ton ni son, riega
el césped circundante. Hablo de las mentes y los corazones de los
individuos. Me refiero a todo un entramado de prejuicios, lugares
comunes, ejes izquierda-derecha paralizantes, consignas vacuas,
comportamientos sin autonomía y actitudes inoperativas que han impedido
que los extremeños den un paso al frente y empiecen a creer en sí
mismos.
Para lograrlo basta que un gobierno, por ejemplo el que presido, se
dedique a gestionar con prudencia la cosa pública y no aspire más que a
poner los medios para que los ciudadanos piensen, actúen y den lo mejor
de sí mismos con libertad. Sé que muchos nos temen justamente por esto,
porque, en el fondo, no les gusta aquello que el Ingenioso Hidalgo
describía como uno de los "más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos". Y yo diría que es justamente el más precioso de todos: la
Libertad.
José Antonio Monago es el presidente del Gobierno de Extremadura
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